El Cristo de Copoya, imagen gigantesca de 62 metros que se levanta sobre el cerro de Copoya al Sur de Tuxtla Gutiérrez, fue presentada a la sociedad tuxtleca como un símbolo de la fe católica en la ciudad y un signo de desarrollo económico basado en su atractivo turístico, siendo además un proyecto con un bajo impacto ambiental. Son estos tres ejes, básicamente, que forman el discurso de justificación de la construcción del Cristo monumental en una ciudad que se presenta como modelo de crecimiento urbano sustentable y punta de lanza en una de las entidades con mayor marginación social y económica de México que, además, es el epicentro del movimiento antisistémico más importante de las últimos décadas, el zapatismo. No es que seamos mal pensados pero hay cosas de este discurso que nos hacen dudar…
Haciendo memoria, Tuxtla Gutiérrez no es, ni ha sido, una ciudad que se caracterice por su raigambre católica, para pretender ser el centro religioso que indudablemente se sospecharía con la presencia de este monumento religioso. Históricamente, en Chiapas, han sido otras ciudades (San Cristobal de las Casas, Chiapa de Corzo o Tecpatán, entre otras) donde se edificaron grandes conventos e iglesias, símbolos (del poder) de una supuesta fe católica. Desde luego, estos centros religiosos eran centros de control, de Poder. Pero, y Tuxtla, ¿cómo figura en esa historia? De ahí que nos preguntemos: ¿Es legítima una gigantesca imagen católica elevándose al sur de la ciudad?, ¿En verdad el Cristo de Copoya representa la fe de la mayoría de la población tuxtleca? ¿le preguntaron a los que profesan religiones protestantes, que ven en la imagen de la Cruz una ofensa a su creencia cristiana, si les parecía adecuado construir una cruz gigantesca en el paisaje tuxtleco? ¿le preguntaron a los que no son creyentes si aceptaban el establecimiento de esta imagen-símbolo que implica teñir su ciudad con un halo religioso de tales magnitudes?
Por otro lado, respecto al desgastado y anacrónico discurso del desarrollo y la desencantada promesa de progreso, resulta simpática la ingenuidad y candidez de las élites locales que, más de medio siglo después de ser seriamente cuestionadas las bases de este enclenque mito de la modernidad, estos términos de la narrativa moderna se sigan usando como justificación para estos proyectos de imposición y despojo. Además del autoritarismo propio de las cúpulas, lo anterior revela también que la creatividad y la imaginación del Poder es muy limitada (¿será ignorancia?). Sin embargo, pasando por alto el debate teórico sobre desarrollo-modernidad y analizando las promesas de “progreso” que alrededor del monumento, desde su construcción hasta su operación programada como centro turístico, se crearon y dijeron a los cuatro vientos; bien sabemos que durante la etapa de construcción no se contrató gente alguna del ejido de Copoya, lo cual se había prometido también a los cuatro vientos. Asimismo, la administración y la venta de alimentos, artesanías y recuerdos, estará reservada a lo socios del patronato que promovió la obra, la cual, casualmente, está conformada por la oligarquía tuxtleca, dejando fuera a la población que le da nombre a dicho monumento. Entonces, ¿dónde está el “progreso” y “desarrollo” que ofrecieron? ¿A quién beneficiará realmente este monumento-empresa?
Finalmente, sobre el tema ambiental, el monumento se construyó sobre una zona de cavernas en la cima del cerro que forma el horizonte del valle de Tuxtla Gutiérrez. Gente involucrada con el tema ambiental afirma que esta construcción traerá cambios significativos en el microclima del lugar y con graves impactos negativos para la flora y fauna local. No hay que ser especialista par sospechar que ninguna obra promovida por la infinita sed del capital es amigable con el medio ambiente.
Sin embargo, más allá de los tres puntos mencionados arriba, la construcción de un monumento de estas dimensiones sobre el horizonte del sur de Tuxtla Gutiérrez, es la representación de una imposición visual hacia toda una población, por parte de una minúscula cúpula de empresarios. El Cristo como Imagen, como elemento físico invariablemente observable a los ojos de toda la población (católica, protestante, atea), la que resulta más ofensiva. Además de ser una imagen impuesta que representa el poder de la élite (empresarial) católica y la oligarquía tuxtleca, la imagen del Cristo de Copoya es la imagen del Poder, del Poderoso, del dinero, que se yergue sobre el horizonte imponiendo su presencia sobre los que lo miran desde abajo. Esto, la imposición de lo que hay que ver, la invariable presencia del Poder de unos cuantos en la mirada de la mayoría es lo que más debe indignar porque con ello pretenden hacernos ver que esa imagen, ese símbolo, cotidianamente nos recuerda quien puede, y quien no, presentar su visión, sus verdades y sus símbolos.
El poder nos ha quitado la posibilidad del paisaje limpio, nos han despojado de todo, hasta de un horizonte limpio de fetiches económico-religiosos… No, corregimos, nos han despojado de casi todo, todavía nos quedan nuestros principios, nuestra rebeldía, nuestra conciencia de dignidad menospreciada por el capital, nuestras ganas de decir No, y eso es lo que estamos haciendo, decimos NO.
No a la imposición económico-religiosa de los símbolos del poder!!!
No al despojo de nuestro paisaje!!!
No al uso privado de nuestros bienes comunes!!!
No a la mercantilización de la naturaleza!!!
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Bla....bla.....bla
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